ENSEÑAR A VIVIR
Edgar Morin*
Marzo 2017
¿Qué
significa vivir? La palabra vivir tiene un primer sentido: estar vivo. Pero
alcanza un sentido pleno cuando se diferencia vivir de sobrevivir. Sobrevivir
es subvivir, hallarse privado de las alegrías que puede proporcionar la vida,
satisfacer difícilmente las necesidades elementales y alimentarias, no poder
desarrollar sus cualidades y aptitudes propias. En muchas sociedades, entre
ellas la nuestra, una parte de la población está condenada a sobrevivir. Pero
la mayor parte vive alternando el sobrevivir y el vivir. Sufrir restricciones,
obligaciones, ¿es vivir bien? ¿No es vivir de modo prosaico, es decir sin
placeres, alegrías, satisfacciones, mientras que vivir poéticamente sería
desarrollarse en la plenitud, la comunión, el amor, el juego?¿ Y no estamos
condenados a alternar lo prosaico y lo poético en nuestras vidas? Nuestros momentos
de plenitud ¿no son aquellos en los que sentimos que «estamos bien»? Estar bien
y bienestar son entonces sinónimos: estamos en bienestar cerca de una persona
amada, en una comensalidad amistosa, después de una buena acción, en medio de
un bello paisaje. Pero la palabra bienestar se ha degradado al identificarlo
con los conforts materiales y las facilidades técnicas que produce nuestra
civilización. Es el bienestar de los sillones profundos, de los comandos a
distancia, de las vacaciones en Polinesia, del dinero siempre disponible.
El
crecimiento de las cifras del PBI, del consumo familiar, de los índices de
satisfacción de los consumidores marcan el crecimiento de ese bienestar, pero
ignoran que en el crecimiento del bienestar material se desarrolla un malestar
psíquico y moral. Es la lección de la juventud californiana que, en la década
de 1960, huyó del bienestar de las familias más ricas del mundo para vivir en
comunidades frugales y buscar la intensidad de vivir en el éxtasis de los
conciertos de rock, de las hierbas y las drogas. Hoy es la vía de la sobriedad
feliz que propone Pierre Rahbi (1). De hecho, el bienestar occidental se
identifica con el tener mucho, a la vez que hay una oposición, muchas veces
señalada, entre el ser y tener. La noción de buen vivir* engloba todos los
aspectos positivos del bienestar occidental, rechaza los aspectos negativos que
provocan malestar y abre la vía a una búsqueda [1]del
bien vivir que comporta aspectos psicológicos, morales, de solidaridad, de
buena convivencia. Entonces habría que introducir en la preocupación pedagógica
el vivir bien, el «savoir vivre», el «arte de vivir», y eso se vuelve cada vez
más necesario en la degradación de la calidad de vida en el reino del cálculo y
de la cantidad, en la burocratización de las costumbres, en el progreso del
anonimato, de la instrumentalización en la que el ser humano es tratado como
objeto, en la aceleración generalizada, desde el fast food hasta la vida cada
vez más cronometrada.
Llegamos a la idea de que la aspiración al bien vivir
requiere de la enseñanza de un saber-vivir en nuestra civilización. Vivir se
sitúa concretamente en un tiempo y en un lugar. El tiempo es el nuestro y el
lugar no es solamente nuestro país, sino nuestra civilización típicamente
occidental en su economía, sus técnicas, sus costumbres, con sus problemas de
vida cotidiana.
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